19.2.16

Infidelis.

Me estas arrastrando al dolor, mostrándome el infierno que llevas dentro y que es mi mismo infierno. La breve separación del tiempo y el espacio es lo único que impide que arda el bosque, cubierto de hojas secas. Está lloviendo pero ya se huele el humo entre estas paredes de piedra y estas calles de ceniza. Los dioses están mudos, ¿Por qué ya no me habláis cuando miro al cielo? ¿Por qué habéis puesto en mis manos el peso de mi vida? ¿por qué ya no siento el aire entrando en mis pulmones?. Puedo ver la luz y también las sombras de un legado que se desmorona. El viento y la tormenta golpean mis costados, sucede el naufragio. Ahora aquello que era ya no existe, se disuelve entre el musgo y el rocío, todo aquello que sería desaparece, solo quedas tu, y yo, y la nada. Se abre bajo nuestros pies las más inmensas fauces, la serpiente se ha despertado y nos devora mientras todavía podemos pronunciar nuestros nombres. ¿A donde iremos ahora? sus dientes nos mastican rompiendo nuestros huesos, nuestra carne se quiebra con el veneno de su lengua, bajamos por su fría garganta y su estomago mezcla nuestra materia.
Somos uno.

Termina la vida, comienza la pesadilla. Recordamos los bosques, las calles, la ceniza y la serpiente. El pánico inunda la tierra y los ojos se llenan de lágrimas. No hay vuelta atrás, universos reventando por un instante fugaz, ya concluido. Después de esto no hay futuro, ni vida, ni magia. Cayendo en el abismo siendo todavía un solo cuerpo decidimos apagar la luz de nuestras vidas para siempre,
pues ya no habrá gloria.

Gustave Doré