7.5.14

Visión de la sirena muerta.

Varada en la playa había una sirena. Era un ser deforme con la piel lisa y los ojos sin parpados. No tenía pelo, ni siquiera una larga cabellera como las que describían los antiguos marineros, su cola era plateada, no de colores como en los mitos. Y estaba muerta. Su cuerpo estaba lacerado, las heridas abiertas se pudrían bajo el sol de la tarde, su carne corrompida olía todavía a salitre. Yo la observaba de lejos, guardando respetuoso silencio, viendo a las gaviotas acercarse y picotear, hambrientas. La sangre que formaba un charco a su alrededor dibujaba serpenteantes ríos que bajaban y se mezclaban con el agua. Esbocé una sonrisa irónica, de alguna manera lo poco que quedaba de su ser intentaba desesperadamente volver a donde pertenecía, intentaba alcanzar la lengua de las olas para ser devuelta a su hogar. Miré a mi derecha y vi mis huellas sobre la playa, vi como brotaban de ellas vísceras, sangre y petroleo, como inundaban y cubrían al cadáver putrefacto de aquel ser, ahogando a las gaviotas, oscureciendo el mar y el cielo. Después vi a través de los ojos de la sirena el fondo marino y las ballenas, las medusas danzantes y los cascos de los barcos. Los arpones, las redes, los submarinos. Los vertidos tóxicos, los navíos hundidos. Los arrecifes de coral y los cachalotes varados, los niños jugando en la playa. Vi millones de amaneceres y aviones surcando el cielo, vi el fin de la vida y el inicio del infierno, vi las bombas y el terror, los delfines huyendo, la belleza decadente de un océano moribundo.






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